Durante generaciones, la crianza ha recurrido a premios y castigos como herramientas principales para moldear el comportamiento infantil. Sin embargo, investigaciones recientes en psicología del desarrollo sugieren que este enfoque podría ser más perjudicial que beneficioso a largo plazo.

Los premios pueden crear una dependencia externa para sentirse motivados, disminuyendo la capacidad del niño de encontrar satisfacción intrínseca en sus logros. Por ejemplo, si un niño solo estudia para obtener un regalo, es probable que pierda el interés en aprender cuando el premio desaparece. Por otro lado, los castigos tienden a generar miedo y resentimiento, lo que puede bloquear la comunicación y disminuir la confianza entre padres e hijos.

En lugar de recurrir a estas tácticas, se debe fomentar la motivación intrínseca y la auto-reflexión. Esto implica reforzar valores como el esfuerzo, la curiosidad y la empatía a través de ejemplos, diálogos abiertos y reconocimiento sincero. En lugar de premiar con un juguete, se puede resaltar el valor del aprendizaje: «¡Qué interesante cómo resolviste ese problema, seguro te sientes orgulloso!»

La clave está en acompañar y guiar desde el respeto y la comprensión, ayudando al niño a construir una brújula interna que lo oriente, más allá de recompensas o temores. Así, crearemos adultos seguros, responsables y autónomos.

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